cansado
le dije a atlas que le ayudaría a cargar solo un momento, no toda ésta vida.
hoy mientras dudaba de mis propias fuerzas y me esforzaba por divisar margaritas que aprendieron a odiarme; me percaté del cansancio que tengo y como de costumbre, me propuse descansar, tomarme un momento de los a-mil-por-hora que me agobian y hacer eterno algún segundo despistado que no sepa hacia donde va. Decirme a mi mismo una vez mas que no hay tormenta que me desvíe del camino y que cada vez que escupan sobre mí será como los días extraños de una primavera que nunca llegará porque ya se ha repetido muchísimas veces. Mentirme sobre mi valor como persona, hacerme consciente que soy único e irrepetible y por lo tanto con pecados muy privados e íntimamente morbosos, por lo tanto inocentes y puritanos. Fingirme como un actor de ferias populares que sonríe a los demás cínicos que inundan estas salas enceradas y laceradas por lágrimas febriles de niños que nunca son escuchados, pero siempre fotografiados para aparecer en algún restaurante al costado de la Presidenta de la beneficiencia, una vieja de mierda que en su vida ha sentido piedad de nadie, ni siquiera de si misma.
y cuando me decidí a suicidarme, me percaté también de la azucena de mi infancia que me reclamaba desde algún círculo del infierno, me tomó veintitrés años ignorar sus gritos, luego me embarqué en el barco que me llevaría hacia esa patria infame donde sería tan feliz que al llegar gstaría las lágrimas que me quedan para luego ser aquel estúpido animal que siempre quise ser.
hoy mientras dudaba de mis propias fuerzas y me esforzaba por divisar margaritas que aprendieron a odiarme; me percaté del cansancio que tengo y como de costumbre, me propuse descansar, tomarme un momento de los a-mil-por-hora que me agobian y hacer eterno algún segundo despistado que no sepa hacia donde va. Decirme a mi mismo una vez mas que no hay tormenta que me desvíe del camino y que cada vez que escupan sobre mí será como los días extraños de una primavera que nunca llegará porque ya se ha repetido muchísimas veces. Mentirme sobre mi valor como persona, hacerme consciente que soy único e irrepetible y por lo tanto con pecados muy privados e íntimamente morbosos, por lo tanto inocentes y puritanos. Fingirme como un actor de ferias populares que sonríe a los demás cínicos que inundan estas salas enceradas y laceradas por lágrimas febriles de niños que nunca son escuchados, pero siempre fotografiados para aparecer en algún restaurante al costado de la Presidenta de la beneficiencia, una vieja de mierda que en su vida ha sentido piedad de nadie, ni siquiera de si misma.
y cuando me decidí a suicidarme, me percaté también de la azucena de mi infancia que me reclamaba desde algún círculo del infierno, me tomó veintitrés años ignorar sus gritos, luego me embarqué en el barco que me llevaría hacia esa patria infame donde sería tan feliz que al llegar gstaría las lágrimas que me quedan para luego ser aquel estúpido animal que siempre quise ser.


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